España Como Nación Gótica

La cuestión nacional es uno de los grandes lastres históricos de España en los últimos siglos. La resolución de esta resulta fundamental para alcanzar la cohesión necesaria sin la cual ningún proyecto del tipo que sea podrá realmente arraigar en ella. Esta cuestión comienza a ser problemática tras el Desastre del 98 y el pesimismo que a raíz de la pérdida de las últimas posesiones ultramarinas se desató en España, sumiéndola en una crisis de identidad que aún no se ha revertido. Paralela a la cuestión nacional estaba la cuestión social y la cuestión religiosa en aquellos años. La cuestión social era fruto de la dialéctica de clases de la sociedad industrial, condicionada por el movimiento obrero y las ideologías de carácter socialista del siglo XIX. Ahora que vivimos en una sociedad postindustrial y las clases sociales se han desdibujado, no tiene mucho sentido. La cuestión religiosa ha quedado atemperada por el proceso de secularización que ha sufrido no solo España sino todo el occidente cristiano, agudizado tras el harakiri de la Iglesia católica en el Concilio Vaticano II. No es una cuestión menor, pues el vacío espiritual que ha generado es quizás la causa de la caída de la civilización cristiana, sobre cuyas ruinas nos encontramos. Pero en todo caso, no es una cuestión candente como lo fue en su momento. En cambio, la cuestión nacional sigue siendo determinante en nuestro día a día y un factor de división que provoca que cualquier otro debate carezca de sentido. Es irrelevante que hablemos de cuestiones mundanas, de si subir o bajar impuestos, de si construir tal o cual carretera… si no sabemos qué cosa somos los españoles, si no sabemos quiénes somos.

Concepto Tradicional de Nación

Los nacionalismos periféricos son una herramienta creada o aprovechada por enemigos de España para destruirnos, para diluir nuestra cohesión como nación. Eso no significa que el nacionalismo español sea positivo. No lo es en absoluto. Pero es que la nación española que a nosotros nos interesa no es la nación liberal nacida en 1812, sino la nación histórica surgida en la Edad Media. Todos nacemos dentro de una comunidad nacional igual que nacemos dentro de una familia, dentro de una comunidad local, dentro de una comunidad religiosa, dentro de una comunidad étnico-cultural… y no entender alguna de ellas o sentir una disociación hacia alguna de estas comunidades de las que formamos parte, nos convierte en individuos alienados. Sin ser parte de la comunidad, somos átomos indiferenciados. Hombres-masa, perfectamente intercambiables unos por otros, como piezas de un engranaje. Insectos en una colmena. Es por eso que cerrar esta herida, dar respuesta a la cuestión nacional de España, es algo fundamental para que después podamos hablar de cualquier otro asunto.

                No estamos hablando aquí de naciones en el sentido liberal: comunidades políticas de ciudadanos libres e iguales. Las naciones liberales son en el fondo una construcción ideológica abstracta, la deificación de la Nación, que sustituye a Dios, para legitimar el orden social y el poder del Estado. Ser español, desde el punto de vista liberal, es tener un DNI. Esa concepción es la que han asumido todas las ideologías racional-cientificistas de la Modernidad. Pero no es la idea de nación propia de la Tradición, que es la que nosotros hemos de buscar. Las naciones, en un sentido tradicional, son comunidades antropológicas que se forman a lo largo de generaciones (nación viene de «nacer») cuando los vínculos entre las personas que la forman se van haciendo más y más estrechos e indisolubles. Es un proceso que se conoce como etnogénesis, la creación de un nuevo grupo étnico sobre la base de grupos anteriores, que desaparecen en un proceso que se conoce como etnolisis. Así pues, en el caso de España, este proceso se lleva a cabo durante la Edad Media con la repoblación de las diferentes tierras de frontera, cuando gentes venidas de todas las Españas se reúnen en un mismo territorio y se mezclan entre sí hasta volverse indistinguibles unos de otros desde el punto de vista étnico. Pasan a ser todos españoles (sin perjuicio de las peculiaridades regionales o locales).

                Debemos diferenciar las «patrias raíces» de lo que podríamos llamar «naciones étnicas». Las primeras son la matriz de las que emergen diferentes pueblos y los nutren, como las raíces nutren a las ramas de un árbol. Así mismo, las naciones a menudo se han ido conformando tras un largo proceso histórico por la aglutinación de personas de diferentes orígenes étnicos. Esto significa que una misma comunidad étnica puede participar y a menudo participa de la formación de varias naciones históricas. Esta duplicidad de identidades (la pertenencia a una comunidad étnica y al mismo tiempo a una comunidad nacional históricamente establecida) sólo es un problema cuando se asume el concepto liberal de nación, pues solo se puede ser ciudadano de un Estado y si la aspiración de todo nacionalismo es constituir un Estado-nación homogéneo, esto solo se puede hacer mediante el genocidio o mediante una agresivísima ingeniería social que homogenice las identidades étnicas y las peculiaridades regionales del territorio de dicho Estado que existe o que se desea crear. No hay, sin embargo, ningún problema con esta duplicidad identitaria en los viejos imperios o las monarquías compuestas medievales.

                El proceso de formación de la nación española en su sentido tradicional, no en el liberal, es paralelo a la formación de otras naciones de Europa occidental. Si la nación francesa se articula alrededor de la realeza sagrada de los Capetos y con París y la Isla de Francia como núcleo aglutinante, sobre todo desde el reinado de Felipe II Augusto (siglos XII-XIII); si la nación inglesa surge de la fusión entre normandos y anglosajones bajo la égida de la Casa de Anjou-Plantagenet; si la nación italiana surge en el siglo XIV con el Renacimiento y la idea de que la virtus romana permanece en estado de latencia en el pueblo italiano y es susceptible de ser reactivada; si la nación alemana surge también a finales de la Edad Media y principios del Renacimiento cuando el Sacro Imperio deja de tener un carácter universal y pasa a ser «el Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana» (que es como se llamaba realmente tras la Dieta de Colonia de 1512, Heiliges Römisches Reich Deutscher Nation/Imperium Romanum Sacrum Nationis Germanicæ, aunque historiográficamente le llamemos «Sacro Imperio Romano-Germánico»); en el caso de la nación española es la idea de Reconquista, el deseo de restaurar el Reino visigodo perdido, y la repoblación de las tierras fronterizas, lo que nos conformó como nación, plenamente reconocible ya en el siglo XIII. Somos por lo tanto una nación gótica y solo un Renacimiento Gótico, en el sentido cultural y espiritual, puede revitalizarnos como nación y cerrar la cuestión nacional, que es la herida más grande que la Modernidad nos ha hecho.

                Nótese que en todos estos procesos he hablado de la formación de la nación, no del Estado. El Estado español moderno aparece en el siglo XV, con la unión matrimonial de los Reyes Católicos. El Estado francés y el Estado inglés modernos surgen tras la Guerra de los Cien Años y la Guerra de las Dos Rosas, respectivamente. Los Estados alemán e italiano no surgen hasta el siglo XIX y lo hacen al calor del nacionalismo propio de la época. Pero únicamente un pensamiento materialista que sólo concibe la idea de nación política, es decir, de Estado-nación; puede mezclar ambos conceptos. La nación es la realidad antropológica, social y cultural que nos ha sido dada por la historia. Es indecidible (por eso no cabe «derecho a la autodeterminación») e independiente a nuestra voluntad. Como lo es el sexo biológico o la lengua materna que aprendemos de pequeños. Si un extranjero recibe el DNI español no será español por eso, igual que si un hombre se inscribe en el registro civil como mujer no es una mujer o si alguien aprende una lengua no pasará a ser su lengua nativa.

                La dualidad identitaria entre la pertenencia a una comunidad étnica y a una comunidad nacional no implica contradicción alguna, ya que son dos identidades que se superponen sin ser mutuamente excluyentes. Por ejemplo, un catalán pertenece a la comunidad étnica catalana, surgida en la Marca Hispánica a raíz de la repoblación de dicho territorio por parte de los refugiados godos que fueron acogidos en la Septimania por los francos y protegidos por Carlomagno. Parte de ese territorio que conocemos como Cataluña quedó al norte de los Pirineos y otra parte, al sur. Tan catalán es un rosellonés como un gerundense, pero mientras que los ancestros del primero, por cuestiones históricas, participaron de la formación de la nación francesa, los del segundo lo hicieron de la nación española. Se puede ser catalán y español y se puede ser catalán y francés y no hay contradicción alguna, igual que se puede ser  hombre y español y se puede ser hombre y francés, o se puede ser católico y español y católico y francés sin que haya que elegir entre ser francés o español para ser hombre o católico o sean categorías mutuamente excluyentes. Incluso un hijo de padre francés y madre española será hispanofrancés/francoespañol. Tampoco son excluyentes entre sí.

                Una vez que se entiende esto, prácticamente toda la retórica nacionalista queda desactivada, pues es irrelevante la lengua que se hable, la vestimenta o la gastronomía particular de una región. En el caso de España, la idea de patria española surge con los godos en el siglo VI, siendo una patria común para diferentes «gentes» (romanos, visigodos, suevos, vascones, celtas…). La invasión musulmana provocó que los diferentes pueblos del Reino visigodo, unidos entre sí por su vinculación con la Corona y por la religión católica desde el III Concilio de Toledo, se refugiaran en dos núcleos de resistencia (la montaña cántabra y los Pirineos) o permanecieran bajo el dominio musulmán (como mozárabes o muladíes). En esos núcleos de resistencia surgen reinos neogóticos (el reino de Asturias y sus sucesores) cuya continuidad espiritual, cultural y política será total con el perdido reino de Toledo, que aspiran a restaurar. O bien el territorio perteneciente a los carolingios, la Marca Hispánica, se legitima por el goticismo de sus habitantes (todos los condes de Barcelona serán «marqueses de Gotia»). En estos núcleos de resistencia es cuando se diluyen las realidades étnicas anteriores, deja de haber godos, suevos, romanos, celtas… y pasa a haber asturianos, castellanos, leoneses, catalanes, aragoneses, vascos… que se irán mezclando primero en el valle del Duero, luego en el valle del Tajo y finalmente en el valle del Guadalquivir. En este proceso y de manera gradual serán, cada vez más, simplemente españoles; pues lo que les mueve a todos es la idea de restaurar a España, la Restauratio Hispaniae.

                La española es por lo tanto una nación gótica, pues es el goticismo el motor que la lleva a formarse y es la patria instaurada por los godos sobre las ruinas de la Hispania romana el germen de dicha formación, ya que es a la restauración de esa Hispania Gothorum a lo que se aspiraba. Del mismo modo que los godos establecieron la patria española sobre las ruinas romanas nosotros hoy, bajo el Renacimiento Gótico, hemos de aspirar a restaurar sobre las ruinas de la civilización moderna la España gótica medieval. La nación tradicional. Así mismo, si como naciones en el sentido liberal moderno somos diferentes, en el sentido tradicional españoles y portugueses nos hemos conformado por ese mismo impulso de restauración de la España gótica, por lo que somos, desde el punto de vista de la Tradición, la misma nación.

Desmontando el Nacionalismo Separatista      

Entendida qué cosa es España, las mentiras nacionalistas se caen por su propio peso. Pero es conveniente señalar a qué intereses responden los nacionalismos periféricos para que no engañen a nadie bajo el disfraz de un regionalismo folclórico bienintencionado. Empecemos por el nacionalismo vasco. El País Vasco, Vasconia o la Tierra Vasca (Euskal Herría en vascuence), era hasta el siglo XIX una suerte de reserva genética y espiritual de España. «La gente más antigua, noble y limpia de toda España» (Bernardo de Alderete, 1606). Su lengua es una de las más antiguas de Europa (si bien, como el resto de su cultura, quedó destrozada por el nacionalismo sabiniano en el siglo XIX) y probablemente esté emparentada con las lenguas ibéricas prerromanas. Así pues, un territorio aislado, con sus viejos fueros e instituciones y su lengua arcaica, se asemeja bastante a la Comarca de los hobbits en la Tierra Media. Pero la industrialización, los altos hornos… transformaron la sociedad vasca para siempre. Hoy aquella región es el epicentro de todos los horrores modernos y el modelo a seguir de la izquierda española más radical es la izquierda abertzale. Nutriéndose del resentimiento de los carlistas hacia el Estado liberal español, Sabino Arana hizo las veces de Saruman cuando este corrompe la Comarca en El Señor de los Anillos.

La industrialización vino de Inglaterra y el hierro vasco iba a los puertos ingleses, pero no fue, como algunos piensan, el nacionalismo vasco un invento británico. Más bien fueron los nacionalistas vascos, enfermos de odio y resentimiento hacia España, los que buscaron acercarse a una potencia fuerte y tradicional rival de nuestro país. Los verdaderos culpables de que tan nefasta ideología pudriera el País Vasco no están en las Islas Británicas, sino en el Vaticano y sobre todo en la Compañía de Jesús, resentida desde que Carlos III los expulsara. ETA, como apuntó Álvaro Baeza, nació en un seminario. El nacionalismo vasco pudrió y destrozó la cultura vasca tradicional, aunque se presentase como un movimiento tradicionalista. Es fruto del resentimiento y el odio antiespañol y su anglofilia debe entenderse en esa clave. El trapo ideado por Sabino Arana (ya que tuvo que inventarse una «bandera nacional vasca» debido a que jamás ha existido una nación vasca, sino que los vascos son un grupo étnico que ocupa un territorio entre Francia, el reino de Navarra y la vieja Corona de Castilla) es claramente una copia de la Union Jack y en su afán por desespañolizar esta región, el PNV eliminó gran parte de la heráldica tradicional vasca de las armas de las provincias Vascongadas y Navarra.

El nacionalismo catalán, por otro lado, es de clara inspiración masónica. Es un nacionalismo cívico al estilo francés porque todos los intentos de separatismo catalán, en el fondo, han sido maniobras francesas para apropiarse de la región. La mano de Francia en Cataluña puede verse no solo en el nacionalismo, sino por ejemplo en el surgimiento de Ciudadanos, partido que está a todas luces a las órdenes del Elíseo como se vio en la época de Manuel Valls.

Ya desde tiempos de la Marca Hispánica, el vasallaje de los condes catalanes a los reyes francos era una pesada carga de la que, en cuanto pudieron, se libraron. Los godos se habían visto obligados a refugiarse en la Septimania por la invasión musulmana, pero no hay que olvidar que en aquella tierra fronteriza se habían librado muchos combates entre francos y visigodos a lo largo del tiempo. Como tampoco que los obispos de la provincia Tarraconense, pese a su mayor cercanía con Narbona, iban a los concilios de Toledo y no a la Galia. La unión de Barcelona con Aragón fue, entre otras cosas, para protegerse de las injerencias francesas. Posteriormente, durante la Guerra de los Segadores, ante la inviabilidad de la República catalana de Pau Claris, las Cortes catalanas proclamaron conde de Barcelona al rey de Francia, en aquel momento en guerra con España. Fue una maniobra clara de los franceses (y del cardenal Richelieu en concreto) en ese contexto bélico. Pero tras la experiencia de la dominación francesa, la aversión a los franceses será enorme en el principado. Tanto es así que si Cataluña fue mayoritariamente austracista en la Guerra de Sucesión fue por el rechazo a la Casa de Borbón y a la idea de tener un monarca francés. Lo mismo sucedió durante la invasión napoleónica, cuando Cataluña fue anexionada al Imperio francés, provocando una fuerte resistencia popular, con episodios tan heroicos como el sitio de Gerona.

Sin embargo el nacionalismo catalán no hay que atribuirlo tanto a la acción del Estado francés (pues, sin contar la invasión napoleónica, Francia ha defendido la integridad territorial de España desde el siglo XVIII, tanto en la península como en América, por ser tradicionales aliados desde los Pactos de Familia) sino a la masonería, que penetra en España (y en especial en Cataluña) fruto del afrancesamiento de las élites. La independencia de la América española está salpicada de la acción de la masonería, que entre otras cosas odia a la Casa de Borbón (a la realeza francesa en general) por considerarse heredera de los templarios. La República Francesa es de inspiración masónica, y todas las revoluciones liberales de Europa copiaron a Francia. Esa es la razón y no tanto que el Gobierno de París quiera, por algún motivo, balcanizar a España. Como en el caso vasco, la simbología no deja tampoco mucho lugar a la duda. Cataluña, en este caso, sí tiene una bandera propia: la señera. Sin embargo esta icónica bandera de la Corona de Aragón, con los colores rojo y amarillo propios de España, les debió saber a poco a los independentistas, por eso diseñaron otra prostituyendo la enseña histórica de los catalanes. La estelada catalana sigue el mismo patrón de las banderas de los últimos territorios independizados de España.

Esta es la razón por la cual el nacionalismo catalán ha sido históricamente presentado como más «amable» o incluso la izquierda española ha estado dispuesta más fácilmente a las componendas con él, por su carácter afrancesado. Luego, una vez han dominado el sistema educativo en Cataluña, los nacionalistas se han dedicado a imponer su distorsionado relato sobre la historia de Cataluña y de España. En el siglo XIX en Cataluña se desarrolló el historicismo neogótico en la arquitectura y hubo mucha influencia del Romanticismo alemán. Barcelona era una ciudad muy wagneriana y las influencias germánicas estuvieron muy presentes, contraponiéndose por parte de los nacionalistas al resto de España, que por aquel entonces potenciaba ese nacionalismo folclórico cañí fruto de los viajeros románticos extranjeros, potenciando el arte neomudéjar, los toros y toda esa serie de topicazos Typical Spanish que desde entonces se asocian a nuestro país. Con unos aires de superioridad que no se corresponden a la realidad, el nacionalismo catalán presentaba esa «Cataluña gótica» como contrapuesta al resto de España, que sería fruto de un mestizaje. Sin embargo, como hemos visto, esto es una falsedad. El goticismo de Cataluña no es una peculiaridad o un hecho diferencial de los catalanes, pues tan gótica es Barcelona como Toledo. Es, por el contrario, una afirmación más de lo españolísima que es esta región.

Estos dos nacionalismos son los que más daño le han hecho a España, pues afectan a dos de los tres núcleos económicamente más potentes del país en los últimos 200 años. Su presencia, como un cáncer, en esas regiones evita que puedan vertebrarse los movimientos culturales y sociales en el conjunto de España y refuerzan el centralismo de Madrid ya que la capital es el único lugar de España donde se puede establecer un verdadero núcleo irradiador de todas las corrientes para que se extiendan a todo el país. Sin embargo conviene también mencionar el nacionalismo gallego y en menor medida el asturiano, aunque en este segundo caso apenas ha tenido desarrollo. En ambos casos podemos atribuir este nacionalismo a una influencia del celtismo irlandés del siglo XIX. Se basa en mentiras, pues se presenta lo celta (en realidad, la reconstrucción romántica de lo que es celta) como un hecho diferencial de estas regiones. Lo cierto es que tan celtas (y tan romanas) son Galicia y Asturias como Soria. El elemento celta es uno de los estratos culturales que han conformado la identidad española en general. El elemento celtogermánico romanizado ha servido de aglutinante para todas las naciones de Europa occidental (britanos y anglosajones en Inglaterra, galos y francos en Francia, galos cisalpinos y lombardos en Italia… celtíberos y visigodos en España). Por lo que de nuevo lo celta no es hecho diferencial sino un factor que reafirma la españolidad de estas regiones.

También hay una vertiente nacionalista gallega, el reintegracionismo, que aboga por integrar a Galicia dentro de Portugal. Esto, en términos históricos, es absurdo; pues es el condado de Portugal el que nace como reino desgajándose del reino de Galicia, y no al revés. Es un poco como cuando los nacionalistas vascos quieren integrar el reino de Navarra diciendo que «los navarros son vascos» cuando, en todo caso, los vascos (o parte de ellos) han sido navarros. De cualquier modo, entendiendo que españoles y portugueses somos, en esencia, lo mismo; tampoco sería esta vinculación  histórica galaicoportuguesa un hecho diferencial. Tal vez porque la «España verde» se asemeja más al paisaje de Irlanda y encaja con el estereotipo de la visión romántica de los celtas, los nacionalistas de estas regiones norteñas usaron esto como factor de diferenciación, cuando lo cierto es que la cultura celta nos impregna a todos los españoles (y portugueses).

Por último habría que referirse a un nacionalismo aparentemente muy irrelevante pero en mi opinión el más peligroso de todos ideológicamente: el nacionalismo andaluz. Es muy difícil que un nacionalismo separatista cale en Andalucía porque es tan abrumador el protagonismo andaluz en toda la historia de España que desligar lo andaluz de lo español se antoja imposible. Todas las peculiaridades de esta región, lejos de poder ser usadas como hecho diferencial son vistas por todo el mundo como la quintaesencia de lo que es ser español. En ocasiones es una visión distorsionada por los viajeros románticos, pero en todo caso, indisociable del resto de España.

La nación española en términos históricos cristaliza precisamente en el valle del Guadalquivir, tras la conquista de Fernando III. Pero es que la nación liberal moderna también nace en Andalucía, con las Cortes de Cádiz. Todos los grandes dirigentes de la España contemporánea, no importa el régimen político, han sido andaluces: Narváez, Salmerón, Cánovas del Castillo, Miguel Primo de Rivera, Alcalá Zamora o Felipe González, entre otros. En el Siglo de Oro el Barroco andaluz es el modelo del Barroco de toda España (ahí está Góngora, creando el estándar más culto de la lengua castellana, y Velázquez en la pintura). Sevilla, puerto de Indias, fue clave para conectar América y España en el siglo XVI y del puerto de Sanlúcar de Barrameda partieron las naves de Colón. El estándar de la gramática castellana es de Antonio de Nebrija, la industrialización comenzó en los altos hornos de Marbella y hasta elementos culturales más recientes como el fútbol (Recreativo de Huelva) o el rock and roll (Miguel Ríos) entraron en España por Andalucía.

Como esto es tan evidente, el nacionalismo andaluz lo que ha hecho es inventar una asociación interesada por similitud fonética entre Andalucía y al-Ándalus (como si la taifa de Zaragoza fuera menos andalusí que el reino de Granada) inventando una historia paralela en la que la nación andaluza sería el resultado de la evolución histórica de «los perdedores de la Reconquista». En la Edad Media se confrontaron dos proyectos teológico-políticos en la península Ibérica. Por una parte, España, que se había perdido en el 711 y que era necesario restaurarla. Los reinos cristianos del norte eran herederos de la tradición romana y gótica. Por otro lado, al-Ándalus, una nueva creación fruto de la islamización de la población hispana por parte de una élite árabe-bereber. En el contexto medieval, los reinos cristianos, España como concepto, pertenecían a la cristiandad latina. Al-Ándalus, en cambio, pertenecía al mundo islámico, el tercer actor del Mediterráneo junto con el Imperio bizantino. Dicho de otro modo, era otra civilización.

La Reconquista, la restauración de España, fue el triunfo de los primeros sobre los segundos (lo cual no quita, naturalmente, que no hubiera influencias mutuas a lo largo de ocho siglos). Por eso considero que el nacionalismo andaluz es el más peligroso de todos, ya que si todos los nacionalismos periféricos son antiespañoles, el andaluz es además antieuropeo. Es la puerta de entrada a una civilización alógena. Es una herramienta del rey de Marruecos para crear una quinta columna en la región fronteriza más próxima de cara a una eventual invasión. La islamofilia del nacionalismo andaluz va más allá de la idealización romántica del pasado andalusí, muy propia de los viajeros decimonónicos. Es la destrucción antropológica de todo el legado cultural de los andaluces, ya que solo así se podría disociar lo andaluz de lo español.

Esta monstruosidad, aunque pueda verse como marginal, es más peligrosa de lo que parece pues en Andalucía no surgió ningún partido nacionalista porque el propio PSOE asumió el andalucismo. Y desde Andalucía, lo proyectó a toda España. El mito de las tres culturas asociado a al-Ándalus, de la convivencia pacífica, la «alianza de civilizaciones» de Zapatero… todo ello se basa en las ideas delirantes del nacionalismo andaluz, que si bien no ha arraigado en la propia Andalucía, ha contaminado (vía PSOE) la visión identitaria de todos los españoles. Aunque sea un relato histórico plagado de falsedades (como toda historiografía nacionalista), la idea romántica de los moriscos, del flamenco y todos estos elementos culturales surgidos tras la expulsión de los mismos en ambientes marginales, ha sido asociado como rasgo definitorio de la identidad andaluza y por extensión, española.

La idea de una nación andaluza, supuestamente oprimida desde 1492, es también un balón de oxígeno para todos los victimismos propios del mundo moderno y aunque no es lo suficientemente fuerte como para generar un sentimiento separatista en Andalucía, sí lo es para acentuar el sentimiento de culpa de todos los españoles en general y darle fuerza a la leyenda negra. Es, por lo tanto, uno de los factores más disolventes de nuestra identidad nacional. No tiene la fuerza suficiente para que haya separatismo en Andalucía, pero sí para debilitar la identidad española… haciéndola vulnerable frente a otros nacionalismos, como el catalán o el vasco, que sí que tienen fuerza en sus regiones. Una idea acomplejada de España, una negación de la propia Reconquista y por ende de la propia nación española, nos desarma ideológica y espiritualmente frente a hispanófobos de todo pelaje. Un ejemplo sería que mientras que los nacionalistas catalanes celebran con entusiasmo el Día de la Comunidad Valenciana, que conmemora la toma de Valencia por Jaime I; los nacionalistas andaluces dicen que «no hay nada que celebrar» con la toma de Granada por los Reyes Católicos, que históricamente es lo mismo: la toma de una ciudad. ¿Por qué? Porque la toma de Granada implica el final de la Reconquista, implica que España ha sido restaurada. Implica, en definitiva, que España existe hoy y al-Ándalus no. Pero ¿qué es lo que cala en toda España y no sólo en Andalucía? El «nada que celebrar». Por eso, aunque una ETA andaluza o un procés andaluz sea algo inimaginable, el nacionalismo andaluz es probablemente el más cancerígeno de todos.

Conclusión

Entendida la génesis nacional de la española como nación gótica en el sentido tradicional, tanto porque fue ideada por los godos como porque fue el afán de restaurar la patria hispana de raíz gótica lo que impulsó el proceso histórico de la Reconquista, fruto del cual se forja la nación española; diferenciada esta del concepto de nación liberal decimonónico y del Estado español y refutadas las falsedades de los nacionalismos periféricos, al servicio de intereses extranjeros, la cuestión nacional en España quedaría finalmente superada. Solo quedaría pues la restauración nacional impulsada por el Renacimiento Gótico en el aspecto cultural y espiritual. Sobre las ruinas del mundo moderno, al igual que los godos lo hicieron sobre las ruinas del mundo clásico la primera vez, España ha de ser restaurada.

Acerca de josemvisigodo

Licenciado en Historia por la Universidad de Granada con un máster en Claves del Mundo Contemporáneo y otro en Profesorado de Educación Secundaria. Apasionado de la Edad Media y en especial de la época de los reinos germánicos de la Alta Edad Media y de los visigodos en particular. También me interesa la historia de las religiones y del pensamiento.
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Una respuesta a España Como Nación Gótica

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